Ciudad de México, México.
Con casi 40 años de trayectoria en la pintura, una constante en cada una de mis exposiciones es la transformación. Por muy sutil que ésta sea, siempre está el intento de plasmar un sentimiento nuevo con una nueva propuesta.
El arte abstracto, para mí, ha sido toda una aventura que me gusta dividir en 3 dimensiones ópticas: color, textura y forma.
El color es la personalidad de un artista y cada uno lo maneja a su manera. Encontrar cuál y en qué momento usar un pigmento, es un reto ya que nunca se debe de perder de vista el objetivo de la obra y la armonía de la misma.
La textura nos ayuda a brindar un espacio o atmósfera en la obra, yo lo consigo a través de soluciones compositivas como los accidentes creados por las mismas pinceladas, veladuras y transparencias que se pueden lograr con los diferentes materiales y que, a su vez, me ayudan a generar luces, sombras y profundidades.
La forma, al ser el único objeto sólido dentro del lienzo, funciona también como un punto de descanso para el ojo del espectador, siempre en equilibrio y buscando una buena composición.
Porque al comenzar una obra, hay una idea en tu consciente, se tiene una estructura para la misma pero se ignora el resultado y es cuando tu inconsciente se apodera del lienzo y todo ocurre.
En pocas palabras: el arte abstracto es un impulso de ideas reducidas a un lienzo. Es un diálogo innovador con el espectador, el resultado de un sentimiento y la libertad del momento.